viernes, 15 de febrero de 2013

Un hombre del Moncada

YANET ALINA CAMEJO FERNÁNDEZ

A 86 años de su natalicio y 60 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, emerge en la memoria la impronta del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, uno de esos hombres que el 26 de julio de 1953 apostó la vida en el peligroso “juego” de arrancarle a la tiranía servil el destino y la dignidad de Cuba.
Integraba entonces un grupo de jóvenes que, sin más idea que la de venir a entrenar a Oriente, fraguaron con su rebeldía la gesta iniciadora de una nueva etapa de lucha.
Por eso es útil evocar en víspera de su onomástico, este 17 de febrero, la huella que en su vida dejaron aquellos sucesos.
 “Aquel día cuando Armando Mestre llegó eran como las dos de la tarde y me dijo: -tenemos que salir para Oriente para unas prácticas de tiro. ¿Tan lejos para  una práctica de tiro?, le pregunté. Vamos a tirar con calibre 50 o con cañón para ir tan lejos”, así relata Juan Almeida Bosque en su libro ¡Atención! ¡Recuento!.
De esta forma comenzaba un largo camino en la vida revolucionaria de aquel albañil del capitalino reparto Poey.
Salieron de La Habana el 24 de julio, con el pretexto de acudir a los carnavales de Oriente. Pocos se conocían y las dudas revoloteaban en su cabeza.
“En aquellos momentos me acudían las naturales preguntas: ¿dónde será?, ¿cómo será?, ¿a qué distancia estará?, ¿llegaremos hoy mismo?, ¿será un lugar intrincado?, ¿con que practicaremos? ¿será un reconocimiento del lugar, del terreno, o alguna prueba de resistencia con caminatas por los montes?, ¿Cuántos días estaremos por aquí?. No habían dicho cuántos, pero aquello no podía  prolongarse mucho tiempo, pues me podía quedar sin trabajo.”
Ya en Santiago de Cuba, el 25 por la tarde, entre el repiqueteo de los tambores y la alegría y algarabía de las fiestas populares fueron a una casa en Bayamo no. 26 donde vivía Emilio Albentosa Chacón también asaltante al cuartel Moncada y de allí fueron para  Celda No. 8. Después de las 10 de la noche se dirigieron para la Granjita de Siboney.
“Antes de la partida, cuando repartieron los uniformes. Le dije a Melba: -yo quiero uno de sargento. Sargento no -me dijo- porque no tienes el tipo, no eres alto, ni fuerte, ni gordo, ni barrigón para dar un sargento de la tiranía. Efectivamente soy delgado, con cara de no mandar a nadie por lo extenuado que estaba del viaje desde La Habana hasta Oriente y los días sin comer casi nada.
“A la hora de repartir las armas, pedí un M-1, un Springfield o una pistola. Me dijeron: - no, no, nada de eso hay aquí. A ti lo que te toca es un fusil calibre 22. Aquello me  enfrió, al pensar que con esas armas íbamos a un combate, y aún más cuando después supe que era para atacar la fortaleza del Moncada, la segunda del país.
“Antes de partir para el ataque, después de las palabras de Fidel que fortalecieron mis sentimientos morales, me dije: -arriba con los valientes que hay aquí, ni más que ellos, ni menos. Cuando un hombre da  un paso al frente, sólo queda atrás herido o muerto”.
Era la mañana de la Santa Ana y 119 combatientes salieron prestos a dar su vida por la independencia cubana. Liderados por Fidel Castro, un grupo se dirigió a la Posta tres del otrora cuartel Moncada. Ahí venía Almeida. El carro de la avanzada con ocho asaltantes irrumpió los muros del Moncada y seis compañeros cayeron en combate. La acción fue un fracaso. El factor sorpresa falló y delató a los jóvenes del centenario. Sin embargo el coraje de estos héroes patentizó el Día de la Rebeldía Nacional.
Ahora recuerdo que a la Granjita llegamos un puñado de hombres en un auto que traía más de lo habitual. Regresábamos del Moncada por aquella carreterita estrecha de Siboney. Estábamos  cansados, agotados y sin parque.
“Miré todo aquello nuevamente, quizás por última vez. Todo estaba regado, las cajas abiertas donde venían los uniformes y algunas armas, otras las sacaron del pozo y del falso techo; papeles dispersos, tal y como los habíamos dejado por la madrugada, cuando salimos para el Moncada. Miré de nuevo buscando sin saber qué, hasta que alguien dijo: - vamos, vamos. Y seguimos a Fidel, quien había dicho que el que quisiera  lo siguiera.
“Me preparo para luchar y cambiar este sistema oprobioso… ¿Cómo será el cambio? No sé. Algo si tengo bien claro cada día más: hay que cambiarlo todo a cualquier precio, incluso con la vida.”

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